¿Recuerdas la primera vez que tuviste entre tus brazos a tu hija o hijo?, ¿recuerdas lo que sentiste?
Sentir su cuerpo pequeño, frágil y suave junto al tuyo, el olor, las miradas, el llanto, todo esto provocó un encuentro biológico a través de señales químicas, físicas, sonoras, visuales y les permitió empezar a construir una relación de cercanía y familiaridad, este encuentro es el fundador de la relación de apego.
El apego se forma gradualmente, el infante establece apegos con personas significativas entre los 3 y 15 meses de vida. La intensidad del apego también crece gradualmente con esas personas significativas.
Generalmente las primeras figuras de apego son la madre y el padre, la forma en la que se relacionan con el bebé, las caricias, la forma en la que lo cargan, si le hablan, le cantan, lo consuelan o si son indiferentes, desesperados, con miedo, enojados, son actitudes y formas de relacionarse para construir el vínculo. Estos vínculos son importantes para establecer las bases de las futuras relaciones sociales que establezca la niña o el niño.

Las relaciones cotidianas pueden llegar a generar códigos de comunicación y de afecto, la sonrisa, cerrar un ojo, levantar los hombros, una trompetilla; son signos verbo-motores, son códigos que se crean en conjunto con los infantes, ellos responden al mensaje, o ellos emiten el mensaje. Si el bebé tiene hambre, frío, está incómodo o mojado y la madre o el padre lo toman en sus brazos lo consuelan, le hablan con amor y paciencia, luego satisfacen la necesidad, con estas acciones van reforzando el vínculo de amor y seguridad.
Estas primeras experiencias intervienen en la formación de estructuras neurológicas que moldearán la estructura de la personalidad y definirán las estrategias que la persona utilizará para responder ante situaciones que se le presente. La falta de cuidados básicos e inseguridad del apego en los infantes, tiene efectos fisiológicos y los pone en una situación de riesgo. Cada actividad cotidiana y repetitiva es la oportunidad de fortalecer el vínculo, de establecer orden y estructura en la vida del infante, de hacerle sentir qué es valioso, importante y que se merece lo mejor.

El momento del baño, de dormir, de lavarse los dientes, la hora de comer son momentos importantes que requieren la presencia, la atención, el amor, la paciencia y la disponibilidad emocional del adulto. Son actividades cotidianas que además de proporcionar satisfacción física, fortalecen el vínculo emocional.
Al principio la niña o el niño es totalmente dependiente del adulto, pero poco a poco, conforme crece y madura, es capaz de aprender y hacer las cosas por sí misma o mismo, entonces se pueden crear espacios y momentos en donde cooperen en un ambiente de calma, confianza, de amor, momentos para compartir y disfrutar de su compañía.
La expresión de la seguridad, la angustia y/o la separación dependen del tipo de apego que se haya establecido o de que no se haya establecido. Las emociones humanas más intensas y significativas tienen sus raíces en el fenómeno del apego y están ligadas a sucesos vinculares importantes. La persona que haya tenido experiencias de apego predominantemente óptimas tendrá mayor capacidad de regular internamente sus emociones, particularmente la ira y las emociones penosas como la humillación, culpa, envidia y vergüenza. En caso contrario, las personas que no hayan tenido la experiencia de apego tendrá un déficit en su capacidad de regulación emocional.
